A principios de abril de 2021, un año después de que la pandemia por Covid azotara a América del Sur -colapsando los sistemas de salud occidentales- y se extendiera incluso hasta las comunidades indígenas más remotas de la Amazonía, nuestros equipos tuvieron una serie de reuniones en nuestro centro de organización conjunta en el norte de la Amazonía ecuatoriana para reflexionar sobre los aprendizajes y experiencias claves del año pasado, y para discutir cómo proteger de manera más efectiva y segura los territorios y culturas indígenas de la crisis, cada vez más profunda e interrelacionada, que enfrentamos: Emergencia climática, pérdida de biodiversidad, intensificación del extractivismo y una inminente segunda de Covid, con picos variables que llegan diariamente desde las ciudades fronterizas por río, carretera y avión.
La realidad para las comunidades indígenas en la Amazonía, como en otras partes del mundo, es que la pandemia ha agudizado las desigualdades, ha expuesto el racismo sistémico e intensificado las presiones extractivas sobre sus territorios y culturas.
En toda la región, los gobiernos han abandonado a los pueblos indígenas en su lucha contra el Covid-19: el acceso a la información de salud pública, las pruebas y los suministros médicos han sido limitados, y la perspectiva de vacunas para las comunidades indígenas está muy lejos.
En Ecuador, los derrames masivos de petróleo, el aumento de la minería y el auge de la tala ilegal, han agravado la terrible situación. En Colombia, el conflicto armado por el tráfico ilícito de coca ha aumentado los riesgos para los defensores de las tierras indígenas. Y en Brasil, el escalofriante desprecio del gobierno de Bolsonaro por la naturaleza y los derechos de los pueblos indígenas está alimentando la deforestación y aumentando las tasas de mortalidad por Covid.
Organización comunitaria en primera línea
Pero también hay otra realidad menos conocida. A pesar de las múltiples amenazas (el agua contaminada, la marginación, los incendios provocados), los pueblos indígenas de la Amazonía continúan organizando e innovando estrategias para su propia supervivencia física y cultural, y para la protección de casi la mitad del bosque primario que aún queda en la Amazonía.
Estos son solo algunos ejemplos: Asediado por una ola implacable de Covid-19 el año pasado, el pueblo siekopai creó un remedio ancestral, una mezcla de raíces, cortezas, flores y hojas de su tierra ancestral, que se utilizó para fortalecer el sistema inmunológico y tratar los síntomas de Covid-19 en las comunidades indígenas de la Amazonía y los Andes.
El pueblo waorani desafió el racismo del gobierno ecuatoriano y la terrible mala gestión de su respuesta a la pandemia, y sentó un precedente legal y político sobre cómo los gobiernos deben priorizar la atención a los pueblos indígenas durante la pandemia.
La Alianza Ceibo aprovechó relaciones comunitarias profundas y basadas en la confianza, así como los años de experiencia en la gestión de la logística compleja de la selva tropical, para desplegar recursos y suministros médicos, construir infraestructura de comunicaciones y gestionar emergencias de salud pública en millones de hectáreas de territorios indígenas en Ecuador, Colombia y Perú.
Y en toda la Amazonía, los líderes, las comunidades y las instituciones indígenas han estado formando patrullas terrestres y guardias indígenas para monitorear el aumento de las amenazas extractivas y restringir el acceso a sus territorios.
Mientras trabajamos para apoyar a los pueblos indígenas a que enfrenten una nueva ola de medidas hostiles de recuperación económica y la intensificación de las amenazas extractivas en toda la región, nos conmueve e inspira el hecho de que las comunidades de primera línea que demostraron ser más resilientes frente al Covid-19 también fueron los menos afectados por la economía extractiva.
Si bien la distancia geográfica para las comunidades que viven en bosques primarios sin caminos planteó dificultades para su acceso a pruebas y suministros médicos occidentales, estas tuvieron un acceso sólido a recursos de caza y pesca intactos, así como a plantas medicinales tradicionales. Al final, vieron tasas de mortalidad más bajas y menos traumas relacionados con el Covid que aquellas comunidades indígenas que viven en territorios fragmentados e impactados por la industria extractiva.