Este artículo fue publicado originalmente por The Guardian el 25 de mayo de 2024
La activista indígena logró una histórica victoria legal para proteger el territorio Waroni en la selva amazónica. Ahora ha escrito un revolucionario libro de memorias.
Cuando Nemonte Nenquimo era aún una niña pequeña, la experiencia comenzó a reforzar lo que había llegado a saber intuitivamente: que su vida, y aquellas del pueblo de los Waorani de la selva amazónica del Ecuador, se encontraban en una trayectoria de colisión contra fuerzas que demandarían de ellos toda su entereza y determinación para resistirlas. “En lo profundo de mí, comprendí que había dos mundos,” recuerda ella en No Seremos Salvados (We Will Not Be Saved), el libro que ha escrito en conjunto con su esposo y compañero en activismo, Mitch Anderson. “Uno en el que estaba encendido el fuego humeante de nuestro oko, donde mi boca convertía la mandioca en miel, donde los loros le hacían eco al ‘Mengatowe’, y mi familia me llamaba Nemonte – mi verdadero nombre, que significa ‘muchas estrellas’. Y otro mundo, en el que la gente blanca nos miraba desde el cielo, el corazón del diablo era negro, había algo llamado ‘compañía petrolera’, y los evangélicos me llamaban Inés”.
En 2015, Nenquimo, ahora de 39 años, cofundó la Alianza Ceibo, una organización sin ánimo de lucro en la que ella se unió a miembros de los pueblos A’i Cofán, Siekopai y Siona del Ecuador, Perú y Colombia, para luchar por los derechos sobre sus territorios. Desde entonces, ha ganado numerosas distinciones por su activismo, incluyendo el prestigioso premio ambiental Goldman; ha figurado en la Revista Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo en 2020 y ha sido nombrada por las Naciones Unidas como una Campeona de la Tierra.
Lo que es aún más significativo, ha jugado un papel de liderazgo en victorias políticas fundamentales: en 2019 llevó al gobierno ecuatoriano a los tribunales para evitar que se subastaran más de 200 mil hectáreas de bosque a la industria petrolera, y ganó; y apenas el año pasado, hizo campaña en un exitoso referendo para proteger de la perforación petrolera al parque nacional Yasuní, también en Ecuador.
Aunque las mujeres han sido por mucho tiempo tomadoras de decisiones en su comunidad, ella es la primera en haber sido elegida para liderar al pueblo Waorani de la provincia de Pastaza. Su compromiso y sus triunfos han atraído también la atención de actores como Leonardo DiCaprio, quien ahora es su amigo, y Emma Thompson, quien ha declarado su apoyo al libro.
Hablamos por Zoom con Anderson, quien traduce del español que Nenquimo aprendió como segundo idioma cuando dejó el asentamiento de Nemompare a los 14 años para vivir en una misión religiosa río arriba, en Quito. Su reubicación en la capital del Ecuador fue un desgarre doloroso y brutal que es sacado a la luz en el libro de manera vívida y horrenda; “No, otra niña embarazada de la selva”, dijo una mujer del personal de la misión al llegar. Nenquimo, que de hecho no estaba embarazada, cuenta cómo fue sometida a repetidos abusos sexuales mientras estuvo en la misión.
¿Qué siente ahora por esos fanáticos religiosos, y no menos por Rachel Saint, la misionera americana que vivía en Nemompare durante toda la infancia de Nenquimo, repartiendo dulces, muñecas, pelotas rebotadoras y vestidos a cambio de la asistencia a los servicios religiosos en la iglesia? Lo primero que intento entender, responde ella, es que estas mujeres venían de culturas muy diferentes, “y veían a mi pueblo como gente que no llevaban ropa, que no escribía ni leía, ni sabían sobre el Dios que murió en la cruz. Y en lo profundo de sí, Rachel Saint estaba convencida de estar en el sendero de Dios, y de que su misión nos iba a conducir lejos del diablo y de sus mañas. Lo que Rachel Saint no entendía y no le interesaba comprender era a nosotros: quiénes éramos, nuestra identidad, nuestra historia, nuestra cultura, nuestra relación con la Tierra. Nos subestimaba discriminándonos inmediatamente y pensaba que podía salvarnos y protegernos. Y al hacerlo nos debilitaba, nos hacía daño y nos hería profundamente”.
“Nuestro pueblo percibe los pequeños cambios antes de que los grandes eventos climáticos lleguen a titulares para la gente en las ciudades”.
Mucha parte de la vida de Nenquimo, explica ella, ha sido un proceso de confrontar ese engaño – no solamente el de los “evangélicos”, sino el de todos esos “cowori” (forasteros) que llegaban en avionetas y helicópteros y se referían a su pueblo como “aucas” o salvajes. Con frecuencia, el Dios que los misioneros buscaban imponerles a los Waorani era invocado en apoyo de la industria petrolera, y aquellos que estaban en desacuerdo eran “comunistas”, incluyendo a Amo, un joven Waorani que advertía que la contaminación de los ríos llevaría a la muerte de sus peces, una fuente primaria de alimento para ellos. “¿Qué pasará cuando se hayan ido todos los peces?” pregunta la niña Nemonte. “Entonces nos volveremos como los cowori”, contesta él. “Comeremos solo pollo y arroz. Y ya no seremos divertidos – ¡ya nunca más haremos bromas!”.
Poco tiempo después, Amo es encontrado asesinado a tiros; en una escena intensamente conmovedora, Nenquimo describe cómo los padres de él se rehusaron a permitir que le enterraran junto a la iglesia, y vio a su papá tirando dinero en su tumba. “Es por esto que estás muerto, hijo mío. Dinero. Llévalo contigo”.
Este es el primer libro de su tipo escrito por una persona del pueblo Waorani, y ha sido vital para Nenquimo ya que – al contrario de la experiencia de verse a través del lente intrusivo de los misioneros, ejecutivos de las compañías o antropólogos – a los miembros de su comunidad se les permitiera hablar en sus propios términos. Antes de escribirlo, pidió permiso y consejo a sus padres y a otros mayores. Ella reproduce las palabras de su padre en la introducción – “Camina por el sendero, luego encamínate hacia el interior de la selva, sin dejar huellas” – lo que ella tomó como un mandato de recordar que con frecuencia el mundo exterior no es de fiar.
La vida como cazadores y recolectores que ha sostenido al pueblo Waorani está captada en minucioso e impresionante detalle – la elaboración de dardos con punta envenenada para atrapar peces, el rastreo de los puercos jabalí, y el cultivo de frutas y vegetales en los extensos jardines de Manuela, su madre. La selva es vista a través de todo el libro como una fuente de sustento y como un complejo ecosistema que debe ser respetado y resguardado. Le pregunto a Nenquimo cómo, dada la usurpación del mundo exterior entre todas las naciones indígenas amazónicas, se vería ahora su libertad.
“Deseo que los inversionistas y las instituciones financieras y aquellos que están tomando las decisiones acerca de hacia dónde fluye el dinero lean este libro”.
Responde que la libertad sigue significando para su pueblo “vivir en una selva vasta y saludable y estar en conexión con esa selva. Por lo tanto, significa saber cómo ir al río y pescar y traer alimento a casa; significa salir como familia y cultivar huertas, sabiendo que vas a estar cosechando varias lunas más adelante. Significa saber cómo identificar los orígenes de las enfermedades y luego encontrar plantas medicinales en la selva, raíces, resinas, enredaderas, cortezas, para curarnos a nosotros mismos. Significa ser autosuficientes en la selva, y en nuestras comunidades, y ser capaces de tomar decisiones como pueblo para continuar viviendo existencias alegres y saludables en nuestro territorio”.
Esa libertad ha estado en serio peligro durante décadas, como lo indica Nenquimo: “Estamos rodeados de compañías petroleras, mineros, evangélicos, y de una economía global entera que promueve la acumulación de objetos y productos”. Ella ve su trabajo de campaña – del cual este libro es una extensión- como un llamado a la acción: “Es por eso que quiero que los ejecutivos de las compañías petroleras y los jefes de la industria lean este libro, para que lean mi historia, porque una de las cosas que dicen nuestros mayores es que en tanto menos sepas acerca de algo, más fácil es destruirlo. Y eso es también lo que está sucediendo en el mundo, con las compañías petroleras y las mineras: Ellos no entienden verdadera y profundamente al territorio, ni cómo estamos de interconectados todos nosotros a través del planeta. Quiero que los inversionistas e instituciones financieras y quienes estén tomando las decisiones acerca de hacia dónde fluye el dinero, lean el libro y esta historia. Quiero hablar con ellos”.
Si lo hacen, descubrirán un relato que es tan rico en detalle personal como mordaz acerca de la indiferencia de la industria petrolera ante las vidas y territorios que considera maduros para la explotación y la obtención de ganancias. No Seremos Salvados se presenta en dos mitades. La primera relata la infancia de Nenquimo y su traslado a la misión. La segunda, después de haber dejado la comunidad evangélica y convertirse en maestra, muestra su creciente consciencia e involucramiento en la resistencia, que abarca el proveer y conservar fuentes de agua limpia, levantar mapas cartográficos de los territorios y programas educativos que se centren en las mujeres y en la juventud. (“Cuando las mujeres tienen un asiento en la mesa representando a sus comunidades y a sus pueblos, todo es diferente”, dice). Fue durante este tiempo en el que se conoció con Anderson, quien había estado viviendo en la selva desde 2011 y se había ido involucrando cada vez más con la protesta ambiental. Cuando les pido que hablen un poco acerca de cómo se desarrolló su relación, nuestra barrera lingüística no es impedimento para yo entender sus risas.
Anderson takes up the story: “When she told her father and her mother that she had met me and that we were in love, and that we were building an alliance together to unite the communities and the peoples against the oil industry, her father was very curious to meet me. He asked questions like, ‘But how is a white man going to be able to walk in the forest? Will he complain all the time? Will he ever learn how to hunt animals? If you’re going to have kids, how are they going to learn? How are they going to get fed?’”
Anderson retoma la historia: “Cuando ella le contó a su padre y a su madre que me había conocido y que estábamos enamorados, y que estábamos construyendo una alianza juntos para unir a las comunidades y a los pueblos contra la industria petrolera, su padre tuvo curiosidad de conocerme. Hacía preguntas, “¿Cómo va a ser capaz un hombre blanco de caminar por la selva? ¿Se andará quejando todo el tiempo? ¿Será que alguna vez aprenderá a cazar animales? Si ustedes van a tener hijos, ¿cómo van a aprender ellos? ¿Cómo van a ser alimentados?”
La madre de Nenquimo, que se especializa en la elaboración de medicinas, estaba preocupada de que él iba a llegar y pronto iba ser mordido por una serpiente. Por suerte, el primer viaje de Anderson para conocer a su futura familia calmó sus temores: “Mi padre dijo que era muy fuerte, que él iba a ser capaz primero de llevar a cuestas toda la carne silvestre a la casa antes de aprender a cazar. “Él puede cargar un buen bulto de jabalí a la espalda, entonces eso está bien. Tiene piernas fuertes”. Anderson interrumpe para contar: “Y les gustó que yo me reía mucho y me gustaba contar historias. Y que yo no me quejaba de nada en la selva. Esto es realmente importante para los Waorani”.
Nenquimo está altamente sintonizada con las amenazas existenciales para aquellos que viven en la selva, y es pronta a señalar que ellas son visibles mucho más allá de los eventos climáticos de alto impacto que hacen grandes historias en las noticias. “Por ejemplo, para mis mayores y para los pueblos indígenas por toda la Amazonía, no nos es necesario ver grandes tormentas devastadoras, inundaciones bíblicas, sequías de años enteros, para darnos cuenta de los cambios. Nuestros pueblos miran y observan pequeños cambios antes de que ocurran los grandes eventos climáticos que generan titulares y capturan la atención de la gente en las ciudades alrededor del mundo.
Por ejemplo, apenas el otro día hablando con mi papá, él me dijo que hay un árbol frutal específico que debería estar dando sus frutos ahora mismo en la selva y que no lo está haciendo. Ese árbol es el que provee alimento a los monos ardilla, a los pavos, a los pájaros paujiles y a una cantidad de diferentes animales en la selva. Entonces ahora los monos están llegando y todo lo que ven son las hojas del árbol y no están contentos, entonces se están yendo para nuestras arboledas a comerse las frutas que no son para ellos – papayas y plátanos. Mi padre también me contó que se está dando cuenta de que las tortugas de río no están desovando en las playas como deberían estarlo haciendo ahora mismo”. Recientemente, intensas inundaciones de los ríos han destruido cosechas de yuca y plátano, aniquilando las fuentes de carbohidratos para al menos los próximos nueve meses.
Nenquimo y Anderson, que son padres de dos niños –una hija, Daime, cuyo nacimiento está relatado en el libro, y un hijo, Sol, que vino después – tienen una extensa tarea frente a sí, y planes ambiciosos para hacerle frente en adecuada proporción. Durante los próximos años, su atención está enfocada en continuar con su lucha de 13 años en la primera línea de defensa de la Amazonía, construyendo proyectos de agua limpia y energía solar, instalando sistemas de comunicación de radio de alta frecuencia, y expandiendo una red de programas de monitoreo. También están enfocados en el movimiento para que se les devuelva el territorio a quienes allí han vivido y cuidado de él durante generaciones – un territorio que se extiende por 4.05 millones de hectáreas y que se encuentra acosado por amenazas sin tregua por parte de los gobiernos y las grandes compañías.
“Por toda la Amazonía, los pueblos indígenas son los dueños habituales”, dice Anderson. “Puede que no tengan los títulos de la propiedad, pero ellos son los propietarios tradicionales de aproximadamente la mitad de la selva amazónica”. Si la selva es abandonada, cree él, no hay perspectiva de evitar la catástrofe climática, y para protegerla, se necesitan aliados: “Las personas indígenas no pueden hacer esto solas. Ellos han estado nadando contra la corriente de una marea despiadada de conquista y amenazas durante siglos. Y ahora, existe esta increíble alineación de la urgencia y el interés en la energía cuando la crisis climática es una realidad, las amenazas están creciendo día a día, y hay más reconocimiento alrededor del mundo del liderazgo de los pueblos indígenas en cuanto al clima, su administración custodiada, la importancia de los pueblos indígenas en la protección de sus territorios y de la biodiversidad”.
Nenquimo es igualmente clara: “Si continuamos en este rumbo de poco a poco destruir los bosques, destruir los ríos, destruir el aire, las consecuencias van a ser desastrosas para los humanos y para las culturas alrededor del mundo, para todas las formas de vida. Y yo quiero que la gente despierte”.