por Luke Weiss /

February 2024 /

Crónicas /

Durante décadas, el legendario abuelo y sanador Siekopai, Don Cesáreo, tuvo una clara visión: recuperar el hogar ancestral de su pueblo. 

Hace más de ochenta años, cuando se desató la guerra entre Perú y Ecuador, el pueblo Siekopai fue desplazado a manera forzada por los militares de su centro espiritual, un lugar conocido como Pë’këya (Lagartococha). Muchas familias Siekopai intentaron regresar, solo para encontrarse con el abuso y la detención por parte de las autoridades militares. A pesar de los reveses, Cesáreo insistió siempre en soñar que su pueblo regresaría a su territorio.

En los primeros días de abril de 2023, Cesáreo dejó este mundo. Tan solo siete meses después, en noviembre 24 de 2023, un tribunal judicial del norte de la Amazonía ecuatoriana emitió un veredicto histórico que ordena al gobierno ecuatoriano devolver el territorio ancestral Pë’këya a la  Nación Siekopai, y reconocérselo formalmente.

El veredicto generó una gran emoción, y reafirmó el reconocimiento del liderazgo y visión de Don Cesáreo. Su sueño profético se convirtió en realidad, dejando un legado que abre un nuevo capítulo en la historia Siekopai, y sienta un precedente insigne que empodera a las comunidades indígenas que buscan titularizar y recuperar sus territorios de la tutela del gobierno.

Tras la partida de Cesáreo y el cumplimiento de su profecía, compartimos contigo un sentido tributo, escrito por Luke Weiss, un viejo amigo  de Cesáreo y coordinador de los programas de Recuperación Cultural y Mapeo Territorial de Amazon Frontlines.

Tributo a Don Cesáreo Piaguaje

Foto: Propiedad de NASIEPAI

En la tarde de abril 5 de 2023 en la Amazonía ecuatoriana, el gran anciano y yagé ukukë (chamán) Don Cesáreo Piaguaje partió de este mundo. Según él mismo, se estaba embarcando en una canoa roja que lo llevaría en su viaje a lo largo del río Ume Tsiaya en el reino eterno.

Deseo tomarme un momento para honrar la sagrada memoria y las enseñanzas de este líder espiritual Siekopai contigo. Mi nombre es Luke Weiss, y pasé más de una década viviendo junto a la casa de Cesáreo, aprendiendo de su increíble conocimiento de la selva, la tradición Siekopai y las técnicas rituales. 

Quiero contarte, en pocas palabras, por qué Cesáreo era una persona tan excepcional, y por qué era tan preciado para su pueblo.

Don Cesáreo durante un viaje en canoa hacia Pë’këya en la frontera ecuatoriana-peruana.

“¿Qué  tan anciano era exactamente Don Cesáreo? ¿107? ¿127? ¿197?”  Esta pregunta la hacíamos frecuentemente aquellos que tuvimos el honor y la fortuna de conocer a Cesáreo Piaguaje, o Kāmpora’sa, como se le llamaba entre los pueblos Secoya (Siekopai). La curiosidad surgía no tanto por su avanzada edad, sino por su archivo inacabable de historias de aventuras en la selva, incluyendo las de haber escapado al fuego de la armas durante la Segunda Guerra Mundial, de haber impartido venganza sobre los abusivos barones caucheros, y canjeado pieles de jaguar por su primera arma trabuco. O por escuchar su conocimiento y entendimiento sin igual de la selva, sus completas enciclopedias mentales de los mundos naturales y espirituales.

Su conocimiento de la selva incluía una intrincada conciencia de los mamíferos, aves, insectos y reptiles. No solo el saber sus nombres, sino también a qué “clan” particular pertenecían  los animales. Conocía sus temperamentos, comportamientos, dietas y preferencias; cómo una feromona de insecto específica para atraer especies específicas de peces a un frenesí alimentario, cómo cierto hueso hueco de un ave se usaba como talismán amoroso, o cuál pluma de ave es la mejor para perfeccionar el brillo del cañón de una cerbatana;  cuál piel de lagartija puede aplicarse para sacar espinas profundas; cuál semilla de árbol puede prepararse como purgativo para curar la tuberculosis; cuál mono provee la piel ideal para un tambor, o incluso cómo rastrear una avispa hasta su colmena. “¿Qué tanto tiene que vivir uno para aprender todo esto?”

Pintura que describe los reinos espirituales Pë’këya realizadas por el hijo de Cesáreo, César Piaguaje.

Cesáreo personificaba al  valiente amo  de este mundo selvático. Un hábil y prolífico cazador, pescador, y maestro artesano de canoas labradas, remos y hamacas. Cesáreo era también un valeroso líder, que guiaba a su pueblo durante reubicaciones históricas, y condujo a su pueblo a regresar al corazón de su territorio ancestral Pë’këya, un lugar al cual él se refería como el salvador de su pueblo.

Foto cortesía de Pablo Yépez.

También era un artista creativo, perfeccionando siempre el arte de la elaboración de coronas, de adornos de cuentas y de pintura facial. Su detalle meticuloso al describir lo intrincado de la construcción de una casa, de sacrificar y ahumar un tapir, aún el delicado arte de retirar de larvas de las mortales colmenas de avispas para usarlas como carnadas para la pesca, se tomaba varias horas seguidas e invitaba al uso de un lenguaje escasamente utilizado en tiempos modernos. En la cima de su plenitud física, que comenzó más temprano y duró por más tiempo que la de la mayoría, habría adquirido una fama casi legendaria por su fuerza de buey. De ello, hacía alarde construyendo casas de tamaño absurdo que lucían troncos inconcebiblemente gruesos en la arquitectura de los postes y las vigas. “¿Cómo logró cargar esos postes él solo?” O al llegar a casa con un enorme morral de hojas tejidas, repleto de carnes silvestres. “¿Cómo hizo para cargar todo eso tan lejos y a través de esas colinas?”.

Fue también el primer miembro Siekopai de la milicia ecuatoriana y recibió el sobrenombre de “jai soldao”, o gran soldado, atribuido a su tamaño y su fuerza. “¿Cómo se volvió tan fuerte?” Quizás una de las muchas frases que usaba a diario para motivar a aquellos a su alrededor, tal como “dale no más, sin miedo”, es una clave de los recursos internos para sus hazañas. 

Izquierda: Cesáreo, Basilio y Javier con un artefacto encontrado durante la investigación arqueológica liderada por la Nación Siekopai en Pë’këya. Foto: Cortesía de Manuel Pallares.  Derecha: Don Cesáreo Piaguaje parado al lado de una avioneta de propiedad de misioneros evangélicos. Fotos del año 1990, del Instituto Lingüístico de Verano (ILV).

A su fuerza y hazañas legendarias les precedía su reputación como sanador. Porque Cesáreo era también un chamán: un estatus escaso otorgado a aquellos con habilidad para intermediar entre los mundos materiales e inmateriales. En el aprendizaje que adquirió durante décadas con abuelos, tíos y primos, cuando consumía incontables vasijas de infusiones de plantas, principalmente yagé o ayahuasca, pero también yoco, peji, ujajai y mañapë (plantas prácticamente desconocidas para el mundo occidental), aprendió a convocar a los espíritus para envolver su cuerpo y su alma, y dotarlo de la habilidad para sanar mediante un puñado de hojas, tan solo con sus manos o con su boca. Durante su vida habría de sanar a miles de personas, trabajando para curarlo todo: desde mordeduras venenosas hasta infertilidad o enfermedades mentales. 

Ya fueran completos extraños o un pariente cercano, les atendía con el mismo sacrificio desinteresado e igual concentración. Pero así mismo podía hacer uso de su naturaleza sincera y buen humor para simplemente hablarle francamente a la gente, y nunca restringirse para dar un consejo directo. 

Don Cesáreo descansa en una hamaca durante una visita a Wajoya, como parte de un proceso de mapeo dirigido a recuperar su territorio ancestral a ambos lados de la frontera.

El papel de Cesáreo como chamán iba más allá de la sanación, también era responsable y adepto a mantener el equilibrio y el bienestar de su pueblo. Para Cesáreo, los sueños y las visiones no eran unidireccionales, como ver televisión, sino que eran espacios para interactuar, un portal a los hilos del universo y oportunidades para prevenir la calamidad, evitar el peligro, y traerle plenitud a su pueblo. A finales de los 90, pasó muchos meses recitando y cantando en su hamaca, tejiendo un velo espiritual para esconder el petróleo en una región remota y prístina de su territorio de los ojos codiciosos y los sismómetros de la compañía petrolera. En tiempos de escasez, su comunicación con el mundo espiritual estaba enfocada en convocar bandadas de pecaríes silvestres, o comunicarse con míticas ballenas de agua dulce para disparar migraciones de peces en la cuenca baja amazónica. Pero quizás el empeño espiritual de largo plazo más importante de Cesáreo era el de asegurar que los territorios ancestrales de Lagartococha fueran nuevamente el hogar del pueblo Siekopai. 

Cesáreo vivió sus últimas décadas luchando por el derecho de su comunidad a regresar al hogar ancestral en el territorio de Pë’këya, del cual fueron desplazados. Pasó décadas compartiendo historias, transmitiendo conocimiento a las generaciones mas jóvenes, y animando a las comunidades para proteger su cultura ancestral. Los ancianos son bibliotecas de la memoria para las comunidades, y cada uno que fallece enfatiza aún más la urgencia de proteger el conocimiento colectivo.

Miembros de la comunidad Siekopai trabajan en una obra de arte colectiva en tributo a Cesáreo Piaguaje poco después de su fallecimiento en abril de 2023.

Entonces, ¿qué tan viejo era Cesáreo? Esa pregunta, y muchas otras peculiaridades fascinantes acerca del hombre, nunca se sabrán. Sin embargo, afortunadamente dejó tras de sí más respuestas que preguntas. Respuestas a cómo vivir la vida valerosamente, a cómo prosperar en condiciones extremas, a cómo sentirse parte de algo más grande allá fuera, siendo generoso; y a cómo simplemente reír. 

En sus últimos años, en lo que los occidentales podrían interpretar como un tipo de demencia, Cesáreo de pronto cambiaba de un tema de discusión cualquiera para advertirles a aquellos a su alrededor de una inundación inminente, de proporciones casi bíblicas. Advirtió que lo que hoy vemos como los ríos Aguarico y Napo traerán inundaciones, sin dejar tierra alguna seca en las áreas donde hoy vive la gente. La única salvación para el pueblo Siekopai, según su visión, eran las selvas altas cerca de Cuiña jaira o la laguna Piudi, llamada así por el nombre de un pariente del ave paujil, que recientemente se extinguió en el Ecuador. Allí era donde él soñaba que su pueblo creara una aldea y una casa de yagé, para mantener el modo de vida Siekopai.   

Tal vez la visión de Cesáreo sobre inundaciones era su manera de interpretar la asimilación de la cultura occidental que él veía se estaba apoderando de su gente, una mezcla de alimentos no saludables, extrañas adicciones a pequeños dispositivos electrónicos  y una desconexión con el mundo espiritual. 

Al partir de este mundo, tan solo unos meses después, su profético sueño de que la nación Siekopai recuperaría su hogar ancestral se cumplió. El tiempo nos dirá sobre sus profecías de advertencia.

Continua leyendo